Aclaremos algo desde el principio: la Biblia no ordena el entierro, ni tampoco condena la cremación. Las Escrituras señalan con claridad todos los pecados que el ser humano debe evitar, pero en ningún pasaje se encuentra un mandamiento que obligue a practicar el entierro o que prohíba la cremación.
Cuando el apóstol Juan narró el sepelio de Jesús, escribió: “Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre de los judíos sepultar” (Juan 19:40). Observa que lo llamó una costumbre de los judíos, no un mandato del Señor.
Desde la creación, la Palabra de Dios nos recuerda nuestra fragilidad: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (Génesis 2:7). Después de la caída, el Señor declaró: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). El salmista añade: “Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). Y el sabio en Eclesiastés lo confirma: “Todos van a un mismo lugar; todos fueron hechos del polvo, y todos volverán al mismo polvo” (Eclesiastés 3:20).
Al final, sin importar el proceso —ya sea entierro, cremación o circunstancias dolorosas como el fuego, un naufragio o quedar perdido en la naturaleza— el resultado es el mismo: todos volvemos al polvo.
Quizá por eso Dios nos da libertad en este tema. A lo largo de la historia y en diferentes culturas, los métodos han variado. En países como Japón, por ejemplo, la cremación ha sido tradición por siglos. En otros casos, influyen los costos, las decisiones familiares o el deseo de la persona fallecida.
Esto no significa que todas las áreas de la fe sean opcionales. Hay verdades innegociables: la existencia de Dios, la resurrección de Jesucristo y la salvación en Él. Pero en asuntos como el entierro o la cremación, la Biblia permite que cada creyente busque la guía de Dios y actúe conforme a su convicción.
El apóstol Pablo habló de este tipo de diferencias en Romanos 14, cuando algunos cristianos discutían sobre comidas o días festivos. Su consejo fue: “Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (Romanos 14:5). También exhortó: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros; sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. […] Así que la fe que tú tienes, tenla para contigo delante de Dios” (Romanos 14:13, 22).
De la misma manera, respecto al entierro o la cremación, la Palabra nos concede libertad. Lo verdaderamente importante no es cómo nuestro cuerpo regresa al polvo, sino la esperanza eterna que tenemos en Cristo Jesús, quien un día nos levantará en gloria.